El periodo de adaptación hay que vivirlo desde dentro, para saber lo que pasa, para saber lo que se hace, para saber lo que se siente, para saber lo que comienza…
Este curso una de las madres del grupo de 3 años tuvo que pasar más tiempo de lo esperado acompañando a su hija en el periodo de adaptación. La hemos entrevistado para conocer su experiencia desde dentro.
¿Qué expectativas tenías antes de que tu hija empezara el colegio?
Pues la verdad es que no tenía las ideas muy claras sobre qué esperar. Era consciente de que podía costarle un poco, porque era un ambiente totalmente nuevo para ella y si a los adultos a veces nos cuesta, a los niños también. Pero a la vez, como le gusta mucho investigar, jugar y relacionarse, sabía que quizá me podía llevar una sorpresa y descubrir que mi hija pertenecía a ese porcentaje de niños que entran al colegio como si hubieran estado allí toda la vida (al menos eso cuentan algunos padres…).
Lo que sí es cierto es que en casa estábamos muy ilusionados con que comenzara el colegio (si lo analizas, ¡es un hito muy importante en la vida de un crío!) y la niña se contagió de ese entusiasmo.
¿Cómo fueron los primeros días?
Pues el primer día estábamos citados para una entrevista individual con la tutora de unos 10-15 minutos. Cada peque tenía que ir a la clase acompañado de una figura de referencia (preferentemente la madre, el padre o ambos) para entregarle a la profesora sus objetos personales (unas zapatillas para estar dentro del cole, una tacita con el nombre, y algunos objetos más), y la profesora le enseñaba el aula y los diferentes rincones para despertar su interés en el nuevo ambiente. Ese primer contacto fue muy bueno y la niña salió de allí muy contenta.
Al día siguiente tenía que ir una hora con la mitad de sus compañeros de clase, y durante las dos primeras semanas sólo vio a esa mitad de los compañeros. El tiempo dentro del aula también fue aumentando poco a poco durante las siguientes semanas. Los acompañantes podíamos estar en el aula y a medida que la tutora observaba que los niños estaban cómodos, invitaba a los acompañantes a salir un poco al pasillo; eso sí, antes debías decirle al crío que salías un momento de clase y que estarías un ratito en el pasillo. Algunos se quedaban tranquilos, otros no tanto, pero muchos aprendieron que con acercarse a la puerta podían comprobar si Papá o Mamá estaban allí.
¿Y tu hija qué tal llevó la situación?
Pues resulta que la niña iba con muchas ganas al colegio (¡muchísimas!), pero le gustaba que dentro del cole estuviéramos su hermana y yo en todo momento (me dejaron ir con mi bebé de 9 meses en una mochila portabebés). Fui de las últimas madres en poder salir al pasillo… y la que más tiempo se pasó dentro del aula (creo que unas 4 ó 5 semanas). A lo mejor estábamos en clase, ella estaba entretenida trabajando en algo, y cuando me acercaba a decirle que salía al pasillo, se lanzaba hacia mí pidiéndome que no me fuera y lloriqueando.

¿Cómo reaccionaste entonces?
Al principio no le daba importancia porque sabía que la cría iba contenta y pensé que era cuestión de días que se adaptara. Pero cuando pasaron las semanas y vi que era la única que tenía que seguir dentro, empecé a agobiarme un poco. Hablé con los maestros(durante la adaptación siempre había una pareja docente en el aula: la tutora y el especialista de inglés o la especialista de euskera) sobre lo que me inquietaba y me tranquilizaron diciendo que todo depende muchas veces de la personalidad del crío y que quizá ella necesitaba un poco más de tiempo para desapegarse de mí.
Y eso fue lo que pasó. De repente un día, después de que hicieran la asamblea de las mañanas y cada uno eligiera a qué ambiente iba, mi hija se acercó, nos dio un beso a su hermana y a mí y me dijo: «Adiós, Mamá, me voy a la clase de pintar». Y ya está. Me quedé a cuadros y su maestra se rió: «Ya la tienes adaptada». Salí del colegio, eran las 9:30. Cuando llegué a las 2, me contaron que había pasado la mañana tan ricamente.
¿Qué crees que le ha aportado a tu hija que la acompañaras durante esas semanas?
Seguridad. Desde el primer minuto le gustó el colegio (incluso cuando fuimos a las puertas abiertas con ella, estaba entusiasmada), y todas las mañanas al despertar me decía que quería ir al cole, así que sabíamos que no había rechazo por su parte. Creemos que simplemente necesitaba tener un punto de apoyo al que recurrir en caso de sentirse insegura, y con el paso de las semanas consiguió hacer el entorno suyo y dejar de necesitar mi presencia. Recuerdo decirle a una amiga mía que la situación me recordaba a la época en que empezábamos a salir de chavalas, y quizá ibas a una fiesta donde no conocías a nadie y no te despegabas del par de amistades con las que ibas hasta que ya empezabas a hablar con otras personas y sentirte más cómoda.
¿Qué crees que te ha aportado como madre?
Muchísimas cosas, ha sido una experiencia increíble. Tuve la oportunidad de acompañar a mi hija en un momento muy importante de su vida, lo que me permitió descubrir más cosas sobre su personalidad. Pude conocer el colegio desde dentro, ver cómo trabajan y cómo funciona todo, lo cual me dio más confianza aún de la que tenía en el centro y los docentes. Y pude conocer a los compañeros de mi hija, que casi terminaron viéndome como un elemento más de clase (en más de una ocasión, me llegué a ver con un corro de niños alrededor escuchando como les contaba los cuentos que me traían).
Quizá lo que más me aportó fue ser testigo del periodo de adaptación de todos ellos. Fue curioso ver cómo reaccionaban ante el proceso, qué herramientas usaba cada uno, y ver aflorar sus emociones. Además, había leído sobre la existencia de las neuronas espejo (las que hacen que te «contagies» de las emociones de otros) y pude comprobar que ¡en los niños están a flor de piel! Si todos estaban tranquilos en la asamblea de la mañana, como empezara a llorar uno, ¡en menos de un minuto estaban llorando cinco!
¿Qué consejo le darías a unos padres que vayan a enfrentarse al periodo de adaptación de 3 años?
Si alguien me pidiera mi opinión, le diría que intentara acompañar a su hijo o hija en el periodo de adaptación y, si sus circunstancias personales no se lo permiten, que buscara otra figura de confianza del pequeño/a que le sirva de apoyo durante esos días (un abuelo, una tía… alguien que proporcione seguridad al crío). Y si ni los padres ni una figura de apego secundaria pueden quedarse a acompañar al niño, pues dosis extra de cariño, paciencia y comprensión en casa (es posible que haya algún cambio de comportamiento -mal humor, por ejemplo- o retroceso -como con el control de esfínteres- y lo mejor es tomarlo todo con calma, con naturalidad, ya que tarde o temprano todo volverá a su cauce).
Y algo que sí me parece recomendable si el periodo de adaptación dura más de lo «convencionalmente establecido» es no hacer caso de algunos comentarios. La mayoría de la gente fue muy respetuosa, pero llegué a escuchar frases como «si te quedas tanto tiempo acompañándola, jamás se adaptará» o «no le estás haciendo ningún bien al quedarte, ¡se tiene que hacer fuerte!». Teníamos claro que algún día se adaptaría, pero en momentos de duda, ese tipo de comentarios no ayudaban en nada. Como comenté antes, hablar con el profesorado y que me confirmaran que todo estaba dentro de lo posible, me ayudó a conectar de nuevo con las necesidades de la niña (un poco más de tiempo para sentirse totalmente segura en el nuevo entorno) y en cuestión de días ya estaba totalmente adaptada, hasta tal punto que tras periodos vacacionales o al volver de estar un par de días con catarro en casa (momentos que suelen ser de «recaída» en la adaptación para muchos niños) ha entrado siempre en el aula contenta por volver a clase.
Como le dije a unos amigos míos, después de vivir el periodo de adaptación desde dentro, creo que podríamos compararlo con correr una maratón popular: lo importante no es llegar a la meta el primero, sino que todos lleguen a la meta, antes o después, en buenas condiciones.