Cuando llega la hora de la escolarización, todo el mundo empieza a hablarnos del famoso periodo de adaptación, ese proceso de transición mediante el cual el niño irá descubriendo y adaptándose progresivamente a un nuevo entorno totalmente desconocido: el colegio. Hace décadas dicho periodo de adaptación no existía, pero ello no quiere decir que no fuera necesario.

La entrada en el colegio supone para muchos peques la primera separación de su entorno familiar (que le proporciona seguridad y confianza) y la adaptación al nuevo entorno dependerá de muchos factores.
Es importante ponerse en la piel de los pequeños ante este proceso. Imagina que cambias de trabajo. Si previamente has estado trabajando en una pequeña empresa familiar, no es lo mismo empezar a trabajar en una gran empresa (donde el primer día te presentan a 30 personas y no consigues recordar el nombre de ninguna), que en otra empresa pequeña. Tampoco es lo mismo empezar a trabajar en un sitio donde no conoces a nadie, que descubrir que uno de tus nuevos compañeros estudió contigo o es vecino tuyo. Y también notarás una gran diferencia si pasas de tener un puesto donde eras muy autónomo, a otro en la nueva empresa donde tienes que trabajar en equipo y dependes de la labor de los demás. En todas estas situaciones, hay un periodo de adaptación al nuevo trabajo, que dependerá de la persona y a unos les costará más tiempo y a otros menos.

Los adultos tenemos la ventaja de que podemos expresar como nos sentimos y tenemos más recursos, mientras los pequeños aún están adquiriendo esas herramientas vitales que les ayuden a adaptarse. Por eso, consideramos que es importante darles su tiempo para conocer el centro y familiarizarse con el profesorado y el alumnado.
Este curso la adaptación de los alumnos de 3 años se ha realizado a lo largo de 3 semanas. El primer día de clase (10 de septiembre) cada peque estaba citado individualmente para ir al aula acompañado por un familiar y entregarle a la tutora una cajita con sus objetos personales (una taza, las zapatillas tipo crocs, una muda, etc). La tutora se presentaba y les enseñaba el aula de referencia (en este caso es el aula sensorial y de juego simbólico).

Tras este primer contacto, los niños se dividieron en dos grupos (A y B) y acudieron al centro en diferentes horarios, aumentando el tiempo en el aula cada vez más. De una hora, pasaron a hora y media; luego a dos horas y luego a 3, hasta completar el horario a principios de octubre. Después de dos semanas divididos en grupos, el 24 de septiembre los niños pudieron conocer al resto de sus compañeros.
Las familias han podido acompañar a sus hijos siempre que les resultaba posible, según la disponibilidad, necesidad y circunstancia de cada familia. Durante los primeros días, los acompañantes podían estar dentro del aula si era necesario, y a medida que los niños se adaptaban al entorno, podían esperar en el pasillo o en un área habilitada para los familiares.
Los txikis se fueron haciendo con el aula, probando los distintos materiales y rincones. Poco a poco, unos antes y otros después, todos los peques llegaron a la misma meta: sentirse parte de la escuela.

Sin embargo, a veces el periodo de adaptación dura más de lo esperado y puede llegar a ser motivo de preocupación para las familias. La gestión emocional , la empatía y el acompañamiento serán elementos esenciales en esos momentos.